
Supimos a que sabe el rancho de un niño que juega junto a otros niños, solitarios como él, en los apartados espacios de una Universidad Laboral, sea Cheste o El Ferrol y nos reconocimos en la maleta de cartón con los bordes reforzados que nos permitía rastrear a hermanos y primos por todos los suburbios industriales , con nombres imposibles, de Holanda y Francia.
Fue capaz de escuchar hasta fundir lo mejor de su Bakunin y nuestro Marx y a todos nos gustó la mezcla, la ironía que permite al ser libre no bajar la cabeza y reírse de dioses , reyes, tribunos, sindicalistas acomodados o burócratas revolucionarios.

Corrimos pidiendo autonomía, tocamos las verjas de Rota intentando tirarlas, inundamos las calles con gritos de OTAN no, azuzamos huelgas, predicamos la insumisión, nos creímos capaces de parar la guerra en Irak, ... para terminar recitando poemas al pie de la muralla, mientras estatuas severas parecían escucharnos.
En la primavera del 87, tras el segundo intento, se había caido del caballo. Fue una tarde clara, sin nubes en el cielo. Renunció al café, consintió acompañarnos a pasear por los Uffizi (1) y ante los Magos de Gozzoli quiso ser pintor de los colores vivos para sorber los oscuros de Rothko, los azules de Matisse.Al coger los pinceles abandonó la poesía como arma de futuro.
A partir de ese día lo conocisteis todos, su llegada a destiempo, el andar presuroso, las láminas bajo el brazo...
Pero esa es otra historia y este nuestro homenaje.
Juan Rivera
(1) Los diálogos con Manolo estaban preñados de ironía. De su admirado Borges mimetizaba la falsa erudición que le permitía reinventar historias hasta hacerlas creibles. Este imposible paseo sigue su estela.